Pensamiento poético – Saint Exupery.

 

  1. Exordio

“No busquéis al ser humano en la superficie, sino en el séptimo piso de su corazón, de su mente y de su espíritu” (A. de Saint- Exúpery).

 

  1. Presentación.

Esta primera entrega tiene por finalidad fundamentar y explicitar lo que entendemos por pensamiento poético y representarlo en uno de sus exponentes consulares, el escritor, aviador y humanista, Antoine de Saint-Exúpery.  El autor de El principito tiene una especial manera de expresar su pensamiento como queda reflejado en todas sus obras y de modo especial en su obra póstuma, Ciudadela, pensamiento que, invariablemente se da en una atmósfera poética.

 

  • Acerca del pensamiento poético.
  1. Un espíritu universal.

La tentación por sentirse enviado de los dioses ataca preferentemente a filósofos y poetas. Es cierto que alguno de ellos ha logrado arrebatarles el fuego sagrado y lo ha comunicado a los seres humanos. Pero, esa labor no es exclusiva de un oficio determinado; es diversa, transversal y misteriosa, y se da en cualquier quehacer humano.

Desde las más diferentes áreas de la actividad humana aparecen mujeres y hombres que logran descifrar los signos de los tiempos; esa sensibilidad profunda que los hace aptos para desocultar, develar verdades decisivas de esa realidad misteriosa que es la vida humana

Y si lo es un filósofo, también lo es una poeta, un artista, una científica, un obrero, un campesino, incluso un político. Y es que -como reza el canon bíblico- el espíritu sopla donde quiere. Le es dado a algunos seres humanos, saber leer aquello que para la mayoría pasa desapercibido.

 

Ahora, es cierto que algunos oficios favorecen su ocurrencia, y éstos están asociados con la palabra. Desde la perspectiva de la fe se originan algunas preguntas: ¿Tendrá algo que ver la noción de Verbo, la segunda persona de la Trinidad? ¿Comunica su ser y su verdad de modo eminente a quienes abrazan por oficio la palabra? Ese Verbum, ese Logos, que atraviesa tantas culturas es una interrogante siempre abierta. En la cultura cristiana, por cierto, es el principio y el fin, y todo el camino a recorrer de uno a otro. En esta reflexión caminamos con los medios naturales que nos proporciona la razón, no obstante, sabemos que estamos atravesados por toda la impronta cristiana.

 

¿Cuál es la clave para sentir que estamos en presencia de un ser humano con las condiciones descritas?

El pensamiento que subyace en la pregunta es que el descubrimiento de nuevas posibilidades lleve aparejado y de consuno un bien sobre una comunidad y se propague a otras comunidades humanas. En palabras de Saint-Exupéry, si favorece la plenitud en el ser humano y libera al gran señor que en él yacía ignorado. Y esa plenitud tiene un componente innegable de universalidad.

Seres humanos de todas las condiciones y lugares se han beneficiado con los descubrimientos, progresos, creaciones e inspiraciones de estos seres humanos bienhechores de la humanidad.

 

Y un último elemento decidor de que estamos frente a un ser humano de inspiración es que su impacto al espíritu llega al ser humano de a pie, a la mujer sencilla, al hombre de la calle, al ser humano más allá de la estadística.

Si usted recorre la avenida Alemania en Valparaíso y enfila por Ferrari, a la altura del 700 encontrará la Sebastiana, una de las tres casas que pertenecieron a Pablo Neruda. Y si continúa bajando por esa misma calle o por algunas de las paralelas, sus ojos apenas podrán creer la visión que los invade; Valparaíso en todo su inolvidable esplendor le acoge, y la belleza del mar en el horizonte produce un silencio casi místico, y se topará, además, a toda hora y durante todo el año, con personas de todas las condiciones y nacionalidades que visitan la Sebastiana y los cerros de Valparaíso.

La ciudad de Lyon es visitada por personas de todo el mundo en busca de la magia del autor de El Principito y todo lo llevará a su casa cercana a la plaza Bellecour donde está su estatua al lado del principito. Saint Exupéry viene maravillando a múltiples generaciones con su personaje y con sus hondas reflexiones de tono poético.

 

 

  1. El pensamiento de Saint-Exupéry y su atmósfera poética.
    • La vida universitaria -o la vida en el ámbito de la educación- ofrece variadas experiencias, una de ellas es la posibilidad de tener maestros, maestros que impactan de tal modo que la mirada de quienes la reciben ya no es la misma; maestros que abren la mente y el espíritu, agudizan la imaginación y provocan la apertura a nuevos mundos.

El maestro incomparable que nos mostró en toda su magnificencia la figura de Saint-Exupéry, fue Luis López allá por la década de los 70 en el Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, situ en una calle de adoquines llamada 12 de febrero, en Valparaíso. Un colega amigo, José Gandolfo, discípulo muy aventajado del maestro, sostenía que fue Lucho López quien proyectó sobre los escritos del hombre de Lyon un haz de luz radiante y enigmática, que los puso de golpe y definitivamente en la dimensión del pensamiento-experiencia sin lo cual seguramente el autor y su obra hubieran pasado, para nosotros, desapercibido, o en el mejor de los casos, como un ejemplo más de relativa buena literatura.

 

¿Y por qué sostenemos que en Saint-Exupéry hay un pensamiento?

¿Podemos afirmar que es un pensador o un filósofo? Y si lo es

¿Por qué poético?

 

Todos hemos leído esa hermosa narración que es El principito y la reconocemos como una obra enternecedora y sublime; su sabiduría simple llega a todos los espíritus, en cualquier confín de la tierra. Su contenido es una lección de humanidad y ya se vislumbra en las palabras de sus personajes una profunda reflexión, un pensamiento cuyo correlato substancial es la atmósfera poética. “Adiós, dijo el zorro, he aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos”.

Este estilo de pensamiento se acreciente en otra obra -bella y fina- de su etapa madura, Tierra de hombres: “Si tal religión, si tal cultura, si tal escala de valores, si una forma de actividad determinada favorece la plenitud en el ser humano y liberan al gran señor que en él yacía ignorado, entonces significa que esa escala de valores, esa forma de actividad constituye la verdad humana”. En esta obra, Saint-Exupéry reflexiona sobre el amor a los hombres y a la tierra de los hombres. Amor a los que padecen -no tanto a los que sufren materialmente de hambre y de frío, que él conoció in extremis, además de la sed y la fatiga- sino a los que carecen de conciencia, a los que ignoran su sentido existencial; a aquellos que no se preguntan si su vida vale la pena de ser vivida. A ellos consagra su ternura y su pasión, y para ellos querría la luz que transforme sus espíritus y toque la grandeza que efectivamente tienen sus almas. Una de las más logradas traducciones de Tierra de hombres es la que realizó Hernán Díaz Arrieta, el famoso crítico chileno que firmaba con el pseudónimo de Alone.

Sin embargo, donde aparece con claridad, extensión y profundidad el pensamiento del escritor francés es su obra póstuma, Ciudadela. Luis López nos mostró que Ciudadela no era en absoluto algo que pudiésemos poner junto a esos monumentos de literatura filosófica, como son la Metafísica de Aristóteles, las Críticas de Kant, la Lógica de Hegel o las Investigaciones de Husserl, como tampoco podía ser juzgado con la misma vara o medida.

Pronto supimos, como decía José Gandolfo, que teníamos entre las manos, además, otra cosa, a saber, una palabra capaz de arrancarnos de esa cotidianeidad opaca y rutinaria que a veces nos atrapa, y que permite elevarnos y convertirnos a un espacio abierto donde nuestras existencias personales sintieran el gozo y la pasión por vivir.

Ciudadela tenía la virtud de transformarnos y también la existencia toda. Pero, ese su poder, su alquimia, no era fácil de extraer del texto. El que tenía el poder de atravesar los símbolos y desentrañar sus secretos era justamente ese hombre que las encarnaba en sus gestos y acciones y las revelaba en súbitas y fulgurantes sentencias. Luis López se había apropiado de la sabiduría que encerraba ese libro de sabiduría que es Ciudadela. Nosotros mientras tanto, seguíamos admirados de las palabras y acciones del maestro, y en nuestra desazón admirativa, por no poder asir de la misma forma esa sabiduría fortificante, optábamos por leer y releer, hasta aprendernos de memoria, las páginas de ese texto mágico.

 

  • Ciudadela, como obra, no sólo es una reflexión de tópicos interesantes como la hermosa “plegaria de la soledad” (capítulo 124); el dolor humano (capítulos 19 y 27); la libertad como ejercicio del alma (capítulos 95 y 99); el amor, la mujer y la relación entre ambos (capítulo 203); la parábola de los jardineros, que trata del amor por el oficio (capítulo 219). Ciudadela contiene un pensamiento, una mirada sobre el ser humano y el mundo, y su resultado es un modo, un estilo de encarar la vida, estilo que se da en una atmósfera poética. Saint Exupéry apela a la grandeza que importa de suyo la condición humana.

Ciudadela sintetiza como obra no sólo el pensamiento de su autor, sino que expresa un estilo poético consolidado y que se aprecia en cualquiera de sus escritos. Ahora bien, si hablamos de manera técnica, no estamos frente a una obra de literatura como solemos reconocer, ni ante un tratado de filosofía, sino, como diría José Gandolfo, es un poema didáctico, o como sostenía Lucho López, estamos frente a una obra de sabiduría.

 

¿Y cuál es el hilo rector que anuda los temas y les da continuidad y dirección, desde el punto de vista del pensamiento?

Sostengo que la mejor fórmula que lo expresa es lo que podemos denominar una “poética de la casa” o bien una “poética del habitar”. Al inicio del capítulo tercero de Ciudadela, el autor afirma: “Porque he descubierto una gran verdad, a saber: los hombres habitan y el sentido de las cosas cambia para ellos según el sentido de la casa”.

Hombre, habitar y sentido se reúnen para designar lo que aquí se llama “una gran verdad”. La afirmación resulta a primera vista sorprendente porque, en efecto, ¿qué afirmación puede ser más trivial y obvia que aquella que se limita a recordarnos que los hombres habitan una casa? ¿Cómo se puede llegar a clasificar como una gran verdad? Las dudas que estas interrogantes plantean se disipan si entendemos el habitar no en cuanto una actividad humana entre otras, como podría ser comer, dormir o pasear, sino en cuanto ella designa la esencia misma del ser humano. Esta dimensión del habitar tiene en Heidegger un representante de lo que podríamos llamar una antropología del habitar; en sus reflexiones no sólo afirma que el lenguaje es la “casa del ser”, sino, además, “que en su morada habita el hombre”. En esta perspectiva el habitar es lo esencial del ser humano. Tiene de algún modo su origen en los griegos primitivos cuando hablaban del hábitat humano que finalmente derivó en el ethos y cuyo significado más radical, está referido precisamente a aquello más propio y privativo del ser humano. Ahora bien, el hecho de que el ser humano habite una casa señala a éste en lo que es, y desde esa perspectiva, el descubrimiento de Saint-Exupéry remite a una gran verdad -a menudo olvidada- Y agreguemos que, el hombre habita -por tanto, es- cuando las cosas que cobijan su casa tienen un sentido. Ese sentido que hace que las cosas sean propiamente tales, es decir, no simple suma de objetos dispares, sino reunión de los mismos, configurando la unidad de un rostro, la simpleza de una arquitectura, como lo son, por ejemplo, una catedral frente a piedras meramente amontonadas o un dominio frente a la suma de animales, establos y pastizales.

Ese “nudo divino que anuda las cosas”, hace que ellas dejen de ser objetos que están arrojados simplemente ahí adelante, indiferentes e indiferenciados y pasen a ser conjuntos que pesan en el corazón del hombre y que en definitiva los habita como su mundo. En efecto, entonces y sólo entonces la tierra deja de ser un desierto y se abre un mundo, es decir, extensiones imantadas de las cuales podemos aproximarnos o alejarnos; líneas de fuerza que hacen que nuestros pasos se detengan o se apresuren. En otras palabras, las cosas no sólo informan los cálculos de la inteligencia, que siempre analiza, divide, une, sino que hablan al corazón y de modo eminente al espíritu, pues “bien he comprendido que el espíritu domina la inteligencia, porque la inteligencia examina los materiales, pero, solamente el espíritu ve el navío y puede conducirlo”.