Reseña «Ciudadela», Antoine de Saint-Exúpery

Comenzaremos este apartado de reseñas de libros imperdibles con Ciudadela de Antoine de Saint-Exúpery, el prestigioso y querido autor de El principito.

Conocer al Saint-Exupéry de Ciudadela es un impacto, un trauma, en el sentido primigenio del término, el sentido que le daban los griegos, un thaumazein, un quedarse con la boca abierta, un asombro con sentido admirativo. Adentrarse en Ciudadela es encontrar un mundo que se quiere compartir.

I. Historia de un texto

El manuscrito de Ciudadela fue comenzado en 1936 y acompañó a Saint-Exupéry en su destierro en Estado Unidos. Allí, en silencio la obra se apoderó de él hasta integrarse y revelarse. “Porque sólo en el silencio la verdad de cada uno se anuda y echa raíces”. Ciudadela es una obra inconclusa; pero al modo como lo es la Octava Sinfonía de Schubert (Unvollendete). Fueron reunidos los cuadernillos y publicados en 1948. Saint-Exupéry volcó en estos manuscritos todas sus ideas, algunas de las cuales expuso en otras obras. Pero no pudo terminarlos, la muerte le impidió hacerlo. “Porque cuando un hombre quiere manifestarse plenamente, sólo lo logra con la muerte, pues el hombre que ha dicho una verdad debe morir para que esa verdad suya sea definitiva”.

El texto de Ciudadela que conocemos no contiene retoques ni correcciones, con el propósito manifiesto de dejar intacto el pensamiento de su autor. Esta obra de sintaxis peculiar, de múltiples formas verbales, de giros hermenéuticos inesperados, de exégesis mística, poblada de imágenes y metáforas, matizada con pasajes anecdóticos y descriptivos, dan cuenta del pensamiento de Saint-Exupéry en una atmósfera común que atraviesa todos los temas, la atmósfera poética.

Ciudadela, como obra -en especial por su tono-, semeja un libro sagrado. Expone variadas historias, todas ellas con un sentido claramente autónomo y que denotan un mensaje o una enseñanza. Cualquiera de estos temas bastaría para justificar por sí solos la existencia de Ciudadela como obra. Así por ejemplo la hermosa “plegaria de la soledad” (capítulo 124); el dolor humano (caps.19 y 27); su propuesta estética acerca del espacio (cap.3); la libertad como ejercicio del alma (caps.95 y 99); el amor, la mujer y la relación entre ambos (cap.203); la parábola de los jardineros, que trata del amor por lo que se hace (cap.219); y un motivo recurrente de muchos capítulos y que aborda ese sentimiento que tanto valoró, la amistad y que inspira muchas de las más bellas páginas de Ciudadela.

Ahora bien, un libro sagrado puede tener múltiples temas, pero existe una finalidad que los enlaza y les da sentido y por lo general está referido a una verdad soteriológica, a una verdad revelada para aquellos que creen.

¿Cuál es el sustrato que da sentido a los diversos tópicos de Ciudadela? ¿Cuál es el hilo conductor que anuda los temas y les da continuidad y dirección?

Todo el pensamiento de Saint-Exupéry está encaminado a reivindicar el respeto entre los seres humanos y la fuerza interior que lo acucia, que lo impele con vehemencia, es la fervorosa esperanza de que es posible construir un destino común para la humanidad. Nadie concluye su tarea, aunque el triunfo o el fracaso le hagan pensar así. Porque realizarse es continuarse en una comunidad en la que cada individuo busca su perfección para perfeccionar el conjunto.

¿Por qué decimos que Ciudadela expresa el pensamiento de Saint-Exupéry?

Todo pensar genuino -ya sea filosófico, científico o artístico- se origina en un preguntar genuino, más todo pensar tiene una dimensión primigenia que da origen a su vez a un pensamiento mayor y es esa actitud, esa disposición que nos hace estar abiertos; abiertos a los demás, abiertos a la naturaleza, abiertos al misterio…

Saint-Exupéry, pensador de intuiciones originarias y fundantes, se pregunta: qué puedo, qué debo decir a los hombres.

Acaso lo más prodigioso que pueda acontecer al espíritu humano es dejarse tomar y arrebatarse por su propio objeto y, que su destino más grandioso sea ser arrancado de su propio quicio, no por un poder externo que le haga violencia, sino a partir de su misma visión. Saint-Exupéry, en hondo silencio, experimentó el misterio y descubrió una verdad que anidaba en lo más íntimo de su espíritu, verdad que quiso compartir develándola, des ocultándola. El reino del misterio tiene delicadezas, no entrega sus secretos al primero que llega.

II. Destino común

¿De qué manera Saint-Exupéry entrega su verdad, por qué caminos transita su pensamiento?

Saint-Exupéry vivió y conoció la fragilidad de la condición humana; supo de su precariedad e indigencia, que es consubstancial a su dimensión ontológica y asumió esa realidad, pero, su mirada apuntó también a esa otra vertiente del ser humano tan real como la anterior, aquella que habla de su grandeza y que deviene de su propia naturaleza. Grandeza que ha provocado las páginas más bellas de la historia humana. No debéis buscar al ser humano en su superficie, sino en el séptimo piso de corazón, de su mente y de su alma.

La primera afirmación de Saint-Exupéry es que existe en el ser humano, ínsito, inscrito en su propia naturaleza, la aptitud que lo habilita a conducirse de acuerdo con su propio espíritu; esa disposición, esa actitud que los antiguos griegos llamaban orthos logos y los medievales recta ratio. Y en esta misma línea, Saint-Exupéry manifiesta su convicción de que el ser humano es capaz de convivir con verdades diferentes. El hombre inferior inventa el desprecio, porque su verdad excluye a los otros. Pero nosotros que sabemos que las verdades coexisten, no nos creemos disminuidos reconociendo las del otro, aunque ello constituya nuestro error. Esta visión ya la había proto-anunciado en Tierra de hombres: Si tal religión, si tal cultura, si tal escala de valores, si una forma de actividad determinada favorece la plenitud en el hombre y liberan al gran señor que en él yacía ignorado, entonces significa que esa escala de valores, esa forma de actividad constituye la verdad humana.

Y en el hilo conductor que Saint-Exupéry anuda sus temas, resplandece el hallazgo de Dios; Dios que comunica su ser y lo anida en el interior del espíritu humano. Porque te hablaré un día de lo Absoluto, que es nudo divino, que anuda las cosas… Dios te hace nacer, crecer, te llena sucesivamente de deseos, de pesares, de alegrías y sufrimientos, de cóleras y perdones, después te hace entrar en Él…

El hombre es un ser destinado al misterio, podemos decir que es un ser místico. Esta religación con lo Absoluto es constitutiva de su propio ser. Es esa luz natural y esencial de que hablaban los medievales. Es de lo que habla Xabier Zubiri, el gran pensador español del siglo XX, al afirmar que existe una dimensión teologal en el ser humano, como elemento constitutivo de su realidad y que no dice relación con creer o no creer. En palabras de Saint-Exupéry, el ser humano experimenta un gusto natural por la eternidad.

Tenemos pues una finalidad común, tema que nos hace entrar de plano en el nervio mismo del pensamiento de Saint-Exupéry expresado en Ciudadela: el compromiso con el ser humano, la profunda esperanza que tiene Saint-Exupéry de una ética común, porque el ser humano no se define por sus diferencias. Pues a semejanza del árbol nada sabes del hombre si expresas su duración y lo distribuyes en sus diferencias; el árbol no es semilla, después tallo, después tronco flexible, después madera muerta. El árbol es esa fuerza que lentamente desposa el cielo… El hombre es lo que es, no lo que se expresa. Por cierto, el fin de toda conciencia es expresar lo que se es, pero la expresión es obra difícil, lenta y tortuosa y el error consiste en creer que aquello no puede ser enunciado.

La existencia humana tiene un sentido y lo tiene para cada habitante de la tierra, pero también hay un sentido común existente en los hombres, un destino común. El ser humano está hecho para el otro constitutivamente, está por decirlo así, transido del otro y no importa si ese otro sea mi prójimo o si ese otro vive en los confines de la tierra.

Saint-Exupéry vivió en lo más íntimo de su ser esa dimensión de “otredad” o alteridad; sintió la necesidad imperiosa del otro. Compartió con hombres de rostros y pueblos diversos y en cada uno de ellos se vio a sí mismo y lo expresó en las páginas más enternecedoras de Ciudadela. Y si uno solo sufre en mi pueblo, su sufrimiento es grande como el de un pueblo… El dolor de uno, te lo he dicho, vale el dolor del mundo. Y el amor de uno solo, por humilde que sea, se equivale a la vía láctea y a todas las estrellas…

III. Conclusión

Ese gran aliento moral, ese humus que subyace en toda la obra y esa atmósfera poética que la atraviesa, constituyen el estilo que muestra en todo su esplendor y esplendidez al autor de Ciudadela.

Ciudadela morada interior de los hombres. ¡Ciudadela! te he, pues construido como un navío, te he clavado, aparejado, después abandonado en el tiempo, que es un viento favorable… bien he comprendido que el espíritu domina la inteligencia, porque la inteligencia examina los materiales, pero solamente el espíritu ve el navío y puede conducirlo. ¡Ciudadela! te construiré en el corazón de los hombres.

Ciudadela, Ciudadela a la que siempre se vuelve y se encuentra algo inesperado, inesperado como la amistad. Ciudadela, morada de los hombres, resuenan sus palabras finales, palabras que anudan el silencio. He terminado mi trabajo, he terminado mi trabajo y he embellecido a mi pueblo.

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