Amanece en Viña de Mar. Mónica Riofrío se dispone a desayunar rápidamente para ir a sus labores diarias. Es un esplendoroso y prometedor día de noviembre. Le hace mucha ilusión su trabajo y sonríe con sumo agrado al recordar la decisión que debió tomar a comienzos de año cuando recién terminaba su especialidad.
Había hecho su internado en el hospital de niños y su desempeño fue tan encomiable que le ofrecieron de inmediato trabajar allí. Recibió con mucha gratitud y emoción el ofrecimiento, no obstante, lo declinó. Se había prometido religiosamente que cuando se titulara trabajaría con los niños de las familias más humildes de los cerros viñamarinos, en especial de Forestal y Nueva Aurora.
Había participado de los voluntariados de verano e invierno que organizaba la dirección estudiantil de su universidad en conjunto con la federación de estudiantes. Había compartido año tras año con esas familias sencillas y esforzadas la preocupación por sus niños y sus necesidades. Le enternecía el alma ver a tanta niña tan delicada y a tanto niño tan frágil. Ella veía en cada niño un auténtico Niño-Jesús. Se le entibia el corazón recordar cómo vivieron tantas navidades juntos. Aprendió mucho de aquellas familias donde, en la mayoría de los casos, la mamá era la jefa de hogar.
No había sido fácil la decisión de escoger el hospital público, Gustavo Fricke, como su lugar de trabajo. Sus padres, aunque respetaban su decisión, no estaban muy de acuerdo con su hija. Veían tanto potencial en ella y hubieran querido que fuese inmediatamente a estudiar un postgrado a España donde tenían familiares que podían recibirla. Por otra parte, no querían ser inconsecuentes con lo que ellos mismos le habían enseñado, el sentido de altruismo y en particular por los más necesitados.
Quien definitivamente no compartía su entusiasmo social era su novio. Luis Larraín Bombín, era apenas un par de años mayor que Mónica y conformaban una pareja desde los primeros años de universidad; él se había especializado en cirugía vascular y ejercía en la clínica Ciudad Estelar de Viña. Han planeado casarse por el civil en enero y por la iglesia en mayo. Ya han pasado todas las formalidades entre familias y tan sólo resta que lleguen las fechas acordadas.
Mónica con paso firme sale de su casa, situada en avenida Sporting frente al Club Unión y al hipódromo viñamarino. Debe estar a las 8 en el hospital. La distancia que la separa de su destino es considerable e igualmente la recorre a pie. Su tiempo habitual de recorrido es de 25 minutos. A esa hora el tráfico por Uno Norte es endemoniado. La mayoría de los vehículos viene desde las ciudades del interior en dirección a Valparaíso, lugar de gran demanda laboral y que hace honor a ser el puerto principal del país.
Llega a la plaza Miraflores y atraviesa el puente Lusitania; luego enfila hacia calle Alvarez en pleno barrio Chorrillos. Transita una gran cantidad de estudiantes que se dirigen a sus lugares de estudios, pues cerca está el colegio Seminario San Rafael y colindante, el instituto profesional DUOC. Sigue en dirección recta por la misma calle; se divisa la Quinta Claude en las faldas de un cerro; es un condominio de varias torres con sus respectivos departamentos. Finalmente, arriba al Gustavo Fricke que luce una cantidad ingente de personas entre pacientes, personal médico y funcionarios que entran y salen con insumos y sus medios de transporte,
Y como cada día, Mónica comienza su rito, la atención de niños que llegan a la urgencia infantil; es su vocación, su apostolado y su pasión. Uno a uno atiende a niños con diversas complicaciones; en la mayoría de los casos las vías respiratorias o dolores de estómago. Con paciencia franciscana atiende a cada niño y establece un diálogo con la madre -en esta ocasión no se ha dado que otro adulto acompañe al menor- para explicarle detalles necesarios de seguir para la recuperación.
Hoy ha tocado también atender a una pequeñita que se ha quemado su bracito con té caliente, pero afortunadamente no ha revestido mayor gravedad, pues su familia le puso agua fría inmediatamente. Una niña ha necesitado nebulizador pues sus bronquios están obstruidos y otro niño se hidratará pues está con diarrea, y para la doctora Riofrío toda diarrea en los niños es grave y requiere especial cuidado. Y así no tiene respiro hasta las dos. A esa hora deberá ir al consultorio de Nueva Aurora. Allí atiende voluntariamente hasta las 5 de la tarde a niños del sector.
De repente entra intempestivamente su amiga y colega Paulina Tagle y le dice de manera agitada y ansiosa – amiga tienes que sacarme del apuro; tengo un compromiso impostergable en la noche, pero entro a turno en el mismo período: ¿puedes reemplazarme por favor? –Querida amiga tengo que atender a mis niños de Nueva Aurora, no puedo dejarlos- -De acuerdo yo puedo reemplazarte en ese horario; si no fuese muy importante no te lo pediría- responde Paulina. -Está bien amiga, pero por favor no me lo pidas de nuevo en lo sucesivo- No lo haré amiga mía- -Iré a avisarle al encargado del transporte- finaliza el diálogo Mónica.
Atraviesa los distintos boxes de atención y se dirige hacia la zona donde se estacionan los diferentes vehículos de servicio. Se sorprende al no encontrar a don Ernesto Saavedra, el conductor habitual que la traslada al consultorio. Esta vez está sentado en la camioneta un varón que aprecia de una edad similar a la suya y en ademán de estar leyendo. Él advierte su presencia y rápidamente se baja del vehículo y le presenta sus respetos. –Doctora, soy Matías Robledo, desde hoy me han encargado que la traslade a Nueva Aurora, estoy a su disposición- A Mónica Riofrío le impresiona gratamente su nuevo conductor, sin embargo, pregunta por don Ernesto. –Me dijeron que tuvo que viajar urgente al norte- responde el joven conductor y ella nunca supo por qué contestó: -como Run- Run- Matías queda sorprendido, pero se rehace enseguida y sonríe ampliamente. -Disculpe usted, continúa Mónica; en realidad venía a avisar que mi colega, la doctora Tagle, me reemplazará por hoy en el consultorio- -Lo que usted diga doctora; ha sido un placer conocerla y con mayor razón que exhiba sentido del humor- Ella sonríe complacida y se despide gentilmente.
Mónica está un tanto compungida por dejar a sus niños. No le incomoda hacer el turno de noche en el hospital, le preocupa que los niños puedan creer que no volverá con ellos. No quiere que este giro inesperado de planes altere su acostumbrado buen ánimo. Le dará una sorpresa a su novio pues había quedado de pasar por él a las 19 horas a la clínica. Hacia allá se dirige. Esta vez tomará un micro que la pueda dejar en la calle Libertad. Tiene que llegar hasta Uno Norte para tomar el bus azul que viene de la ciudad de Villa Alemana y la deja en su lugar de destino. Con paciencia espera el micro a un costado del Sporting, el recinto deportivo. La demora es breve como lo es el trayecto que recorre.
La clínica aún refleja el bullicio de los pasillos en los diferentes pisos donde se encuentran las diversas consultas médicas, los laboratorios y también los pabellones. Mónica sube los tres pisos que la separan de la consulta de su novio. Estira y despereza su cuerpo y abre la puerta y no encuentra a nadie en la antesala. Continúa y traspone la oficina de Luis; el cuadro que observa la deja paralogizada.
Su novio completamente desnudo, yace en pleno escarceo amoroso con una mujer igualmente desnuda, que posa frenéticamente sus manos sobre su pecho; ella con su cuerpo turgente pareciera estar a punto de iniciar la cabalgata atávica. Mónica, estupefacta por la visión, cruza por una fracción de segundo su mirada con la de Luis y, gira sobre sus pasos, se dirige a la puerta de salida, baja las escaleras y abandona el edificio. Él trata de zafarse de su compañera de escarceos; a duras penas lo logra y a medio vestir se dirige a los pasillos y apenas vislumbra la silueta de su novia que desaparece, y a pesar de saber que su exclamación será inútil, la profiere: “Mi amor no es lo que imaginas”. Visiblemente contrariado por haber quedado en evidencia, confía no sólo que saldrá del trance negativo con su novia, sino que además revertirá la situación.
Mónica camina por calle Libertad en dirección a su casa. Está enardecida de ira y pena. Siente que mil flechas atraviesan su cuerpo y le provocan un dolor insoportable. Mientras camina no sale de su estupor y la invade una infinita tristeza que deviene en una envolvente melancolía. Se pierde en el tiempo desde cuándo Luis es parte esencial de su vida. Lo ha amado profundamente y lo lleva, cada instante, en sus pensamientos y en su corazón. Nunca se le pasó por la mente -ni tan sólo un atisbo- vivir una situación como la que está padeciendo. Había escuchado algunas historias, incluso de cercanos, pero para ella eso era tan lejano e irreal. Le parece mentira lo que ha presenciado y por sobre todo esa manera tan cruda y definitiva. No puede dejar de evocar una frase de Raymond Chandler con que Soriano tituló uno de sus libros “Triste, solitario y final”.
Su madre le ha reprochado muy a menudo que su vida es una especie de espera para ver a su novio. Recuerda como sus amigas de universidad bromeaban con ella respecto a lo guapo que era su novio y que lo perdería tarde o temprano. Ella tan sólo reía sin darle importancia a sus comentarios. De sólo pensar en algo semejante parecía absurdo.
Ya está en la calle 8 Norte; doblará en 5 Oriente que la llevará al Valparaíso Sporting Club, famoso recinto, pues allí se disputa cada primer domingo de febrero, la carrera más importante de la hípica nacional, el Derby; es una fiesta del período estival y uno de los atractivos de la Ciudad Jardín. Mónica respira profundamente tratando de rehacer su cuerpo que lo siente como si un camión le hubiese pasado por encima. El paisaje tan grato le proporciona un suave bálsamo ayudado por los recuerdos de ese recinto que tantos logros deportivos le deparó. Allí practicaba su deporte preferido, el Hockey sobre césped, aunque también tuvo un paso esporádico por el atletismo que se vio interrumpido por su ingreso a la universidad. Divisa el Club Inglés de Tenis, las canchas de fútbol y el hermoso e imponente edificio del Club que alberga las tribunas y otras instalaciones; fue construido a principios del siglo XX y es obra del arquitecto Alfredo Azancot, el mismo que construyó el palacio Rioja y el palacio Carrasco, en el centro de la ciudad.
Finalmente sale del recinto no sin antes contemplar la bella instalación donde tiene su sede el Club Unión del cual es socio su padre y practica tenis toda la familia. Ya está en avenida Sporting e ingresa a uno de los pasajes donde está su casa. El crepúsculo está en plena eclosión y arroja tenues luces sobre los árboles de la avenida. Mónica sabe que encontrará a su madre y deberá decirle lo ocurrido, ya que están en plena etapa de preparativos para la boda. Abre la puerta y se encuentra con su madre y uno de sus hermanos. La reciben con mucho cariño y entusiasmo. Sólo su madre se da cuenta de su rostro desencajado. – ¿Qué pasa hija? Mónica casi rompe en llanto, pero se rehace y le dice a su madre que deben hablar tranquilamente. Su madre se sorprende, no obstante, está dispuesta a escuchar a su hija; se disponen a conversar y lo hacen largamente. La señora Cristina inquiere detalles una y otra vez pues su hija después de narrarle el episodio ha tomado una primera decisión, de suspender transitoriamente la boda en espera de una conversación con Luis. Mientras dialogan, suena el teléfono y su hermano Sebastián atiende y espeta ¡Mónica, es tu novio, ah y cómprate un celular! Muy a su pesar sonríe por la recomendación de su hermano y es que no ha querido comprar un móvil y cree que no será posible evitarlo. Atiende el teléfono y se escucha una melosa y reiterativa explicación de Luis; ella no hace reproche alguno y le dice que conversen en un par de días más toda su situación. Él no parece conforme e insiste en ir a verla, pero ella le dice que se encuentren en la avenida Perú en el tiempo que le señaló y después que salga de su trabajo. Y si él no aparece querrá decir que tomó alguna decisión de ruptura. Ella estará allí porque siempre ha enfrentado los problemas y no quiere dilatar el encuentro, aunque desea estar tranquila y así deliberar con sensatez.
Fue duro para Mónica no explotar y arremeter verbalmente contra Luis y enrostrarle su conducta tan desleal, sin embargo, dominó sus emociones y quiso hacer honor a todo ese tiempo vivido que a ella le parece tan verdadero y bello; sus sentimientos han sufrido un revés mayor e intuye que su decisión será definitiva,
-Hija, ¿qué te ha dicho …? Ya no sé cómo llamarlo- -Vanas explicaciones mamá- Aclararemos todo el viernes y de seguro saldrá una decisión. Hija está todo planificado, los invitados, el lugar, están cursadas las invitaciones, ustedes tienen sacados los pasajes para su luna de miel. Será un terremoto de magnitud romper todo. Pero respetaré y apoyaré tu decisión. Veremos qué dice tu padre y ni hablar de Ernesto y Susana, si sucede algo así querrán matar a su hijo y tampoco saber nada de ti´; será un bochorno mayor. -Me tomaré este par de días para poder pensar con calma. De ninguna manera dejaré de trabajar en el hospital y menos mí labor con mis niños de Nueva Aurora. Visiblemente afectada, Mónica le susurra a su madre: -Parecía que hablaba con otra persona mamá; no parecía el Luis con quien compartía todo en la vida, por lo menos era lo que yo creía hasta hoy- Su madre, llena de ternura abraza a su hija. -Confiemos en la Providencia que todo saldrá bien mi amor-
Se prepara para hacer el turno de noche como se comprometió con su amiga y colega Paulina Tagle. Le explica a su madre la situación pues descansará un rato y posteriormente irá a trabajar en urgencias del Fricke. Las horas de descanso pasan raudamente. Se levanta, toma una reparadora ducha y se dispone a partir. Su madre ofrece llevarla por la hora, donde los buses son escasos, y caminar además puede resultar peligroso en un trayecto tan largo. Aunque su hora de entrada es a la medianoche, arriba a las 23 horas, se despide de su madre y se va a la sala de guardia a ponerse a disposición del jefe de equipo en aquello que determine; hubiese preferido la zona pediátrica pero su amiga atiende a jóvenes y adultos de urgencia, así que lo hará en esa dinámica. Y tal como preveía Mónica fue una noche intensa donde los mayores casos fueron traumatológicos y una situación más grave de un señor de edad avanzada con una perforación del intestino que daba verdaderos alaridos de dolor mientras era llevada a pabellón. El cansancio invade su cuerpo y se dispone a ir a casa, decide tomar un taxi al costado del hospital en calle Simón Bolívar en un sector conocido popularmente como “La Lora”. En menos de 15 minutos ya está en su casa. Su madre la espera con el desayuno listo, y en esta ocasión también está su padre. Ernesto Riofrío saluda con mucho cariño a su hija en actitud interrogante – veo que mamá te puso al día de lo que ha sucedido. Sí hija y estoy abrumado, pero no por las consecuencias que pueda traer la traición de tu novio, sino por lo que estás pasando tú en este momento. Gracias, papá, no esperaba menos de ti. De verdad estoy muy sorprendida, además del dolor que me ha provocado. Los momentos de tranquilidad en que he reflexionado la situación, me confirma aún más en mi decisión. Ustedes la pueden deducir, pero yo quiero decírsela expresamente a Luis después de escuchar lo que tenga que decir. Ustedes mismos me han enseñado que hay cosas en la vida que sencillamente no se hacen y éste es el caso, y como también me enseñaron en formación general, un error pequeño al principio se transforma en un error grande al final. ¿Qué te puedo decir hija? Tienes mi comprensión y apoyo, si me autorizas le pediré una satisfacción a tu novio. Te agradezco papá, prefiero enfrentar sola el tema, y Luis si tiene que dar una satisfacción mayor a alguien es a mí, y pierde cuidado que te lo haré saber cuándo ello ocurra. Su madre ha seguido con mucha paciencia y un gran afecto el diálogo de padre e hija y ya tiene claro lo que se vendrá en las relaciones con la familia del todavía novio oficial de su hija. Será un impacto principalmente para la familia Larraín Bombín porque son las que se mueven con mayor interés en los medios sociales viñamarinos y santiaguinos. Apoyarán la decisión de su hija y seguirán el devenir de los acontecimientos. Mónica tratará de dormir un par de horas para poder recuperar energías e ir al trabajo con los niños de Nueva Aurora.
Suena el timbre de casa, la señora Cristina abre la puerta y es Matías Robledo, el conductor de la ambulancia que viene a recoger a Mónica. Se presenta de manera muy formal ante la dueña de casa quien cordialmente lo hace pasar y él declina la invitación -No se preocupe señora, diga por favor a la doctora que la espero en el vehículo. Muy bien joven, le aviso inmediatamente- -Muchas gracias, señora, que esté muy bien-
Hija ha venido a buscarte un joven muy agradable y educado ¿Es tu nuevo chófer? Desde el segundo piso Mónica responde a su madre – Está reemplazando al señor Saavedra mamá porque está de vacaciones, y es la primera vez que me llevará al consultorio; y yo no tengo chófer; bajo inmediatamente- Mónica se despide de su madre y sale de casa, saluda a Matías y se dirigen a Nueva Aurora. Enfilan por la avenida Sporting y al finalizar doblan hacia 1 Norte -¿Le tocó trabajar de noche doctora?- pregunta de manera amable Matías – Sí, fue muy movido el turno y sólo hubo un caso grave, pero no me tocó atenderlo, y usted cómo está señor Robledo- Tiene buena memoria usted doctora, retuvo mi apellido- Debo tener buena memoria sobre todo por mis niños para conocerlos bien- El diálogo permanece mientras el vehículo dobla por calle Traslaviña en dirección a Alvarez y de allí nuevamente dobla y esta vez en dirección a Agua Santa hasta llegar al consultorio, que está pasado de la antena del canal 4 de televisión de la universidad Católica de Valparaíso. Muchas gracias por traerme le dice Mónica a Matías – encantado de hacerlo doctora, ¿la vengo a recoger a alguna hora? -No, no se preocupe, vuelvo por mis medios en algún colectivo o un micro. Muchas gracias- – Bueno estoy a su disposición doctora- -Muchas gracias, señor Robledo- Mónica entra a su box de consulta y ya hay niños esperando para que los atiendan, a pesar de que ha llegado bastante adelantada a su horario habitual. Los niños se desprenden de sus madres y se precipitan a saludarla con muestras de verdadero cariño y entusiasmo. Una asistente ordena a los niños para que comience la atención. Uno a uno atiende a los niños que se apegan a sus madres y también atiende a las mamás si la ocasión lo amerita. Es una gran cantidad de niños que debe atender y lo hace con mucha dedicación y dulzura y se toma el tiempo que sea necesario con cada uno de ellos. Hay niños que requieren atención clínica y algunos de ellos presentan cuadros leves de desnutrición debido a la pobreza en que vive su entorno familiar. Frente a este problema Mónica ha organizado la puesta en marcha de un comedor abierto para fortalecer la alimentación de los niños. Ha embarcado a cuanto amigo y familiar tiene en esta iniciativa, que espera se concrete en las próximas semanas. Le parte el alma no hacer algo inmediatamente por sus niños a quienes les prodiga un inmenso cariño, pero tiene la convicción que logrará ayudarlos a que puedan crecer mejor y tener más posibilidades en la vida; aprendió que la desnutrición provoca daños irreparables en el cerebro, de allí que le preocupa tanto. Y así transcurre su jornada como tantas otras veces. Sólo que esta vez tiene un san Benito en el corazón, pues debe hablar con Luis y eso la ha tensado en grado máximo; tiene un día completo para lograr dominio sobre sus emociones y así poder tomar una decisión que pueda mantener a pesar del amor que siente y es tan real. Ahora sí acuden incontenibles las lágrimas que ruedan por sus mejillas en la soledad del recinto, y que aumentan en sollozos interminables; siente que algo le atenaza todo su cuerpo y le produce un dolor insoportable. No puede creer que el amor incondicional por Luis haya quedado en un box de consulta médica como algo trivial, efímero y desechable. No sabe cuánto tiempo ha permanecido en ese estado de total tristeza y abandono que casi la aturde literalmente. Va a refrescarse para emprender el regreso a casa. Siente un gran alivio al salir al aire libre; respira con fruición y exhala un suspiro que parece devolver la energía a su cuerpo y el ánimo a su espíritu. Espera un bus que la acerque a su casa, pues no hay ninguno directo y tendrá que tomar alguno que la deje en el puente Mercado o en el de Cancha y de allí caminará hasta su casa. Atardece en Viña del Mar.
Ha llegado el momento del encuentro con Luis; Mónica no ha aceptado que él la fuese a buscar a casa y ha preferido que se vean en la avenida Perú como le había manifestado por teléfono. Hacia allá se dirige. Toma un micro que viene del interior y se baja en la plaza México, divisa la pileta y la fuente de los deseos, pasa por el casino municipal y llega a la avenida Perú. Es una tarde de sol radiante y como en todos sus compromisos Mónica llega adelantada de la hora convenida; contempla como rompen las olas contra las rocas y el agua que arrojan llega hasta la misma vereda poniente de la calle El azul del mar combina con el cielo celeste completamente despejado. Después de 10 largos minutos, ve aparecer el auto de Luis; éste estaciona el vehículo en el mismo sitio donde están las tradicionales victorias, paseo obligado de todo turista que viene a la ciudad jardín. Viene impecablemente vestido, un pantalón de fino algodón, una camisa de lino azul suave y un suéter de lana gris que combina con sus pantalones. Esboza su mejor sonrisa y se acerca solícito a saludar de beso a Mónica, ella le pone su mejilla y no devuelve el beso y sólo expresa un hola frío y cortante. Cielo, ¿podemos ir a un lugar más privado para que podamos conversar tranquilamente? Sí, ¡podemos! Tranquilamente será imposible Luis. Te sugiero uno de los salones del Casino o si prefieres el Chez Gerald- -Prefiero el casino- contesta Luis.
El casino municipal, concurrido lugar de diversión y esparcimiento, tiene no sólo sala de juegos sino salones donde se puede solicitar servicio de cafetería o restaurante, allí se puede hablar ampliamente y disfrutar de una muy buena atención. Ingresan por la entrada principal en la calle San Martin y acuden a recepción, dejan su abrigo nocturno en guardarropía y son acompañados a uno de los salones cercano al comedor del público. Piden café negro, una porción de galletas y mucha agua mineral. La tensión llena el enorme salón vacío, excepto por ellos. Luis está ansioso por hablar y atropelladamente inicia la conversación -Cielo lo que viste fue algo sin importancia y… Mónica lo interrumpe y le dice con enojo pero muy tranquila – Mira Luis , si no apelas a esa parte de ti que es valiosa y haces un esfuerzo por asumir virilmente tu deslealtad, me paro y me voy- Luis palidece, su agraciado rostro se descompone; se da cuenta que por esa senda no llegará a ninguna parte y esta vez sí hablará con la verdad – Tienes razón, te ofrezco mis disculpas, cometí un terrible error, fui débil y no dimensioné las consecuencias que traería mi conducta, lo siento mucho; espero me perdones y puedas olvidar el bochornoso episodio que viviste, no tengo excusas. En realidad, no sé cómo puedo reparar el daño que te hice- Hubo un silencio, Luis quedó tenso y asombrado de ver tan distinta a Mónica. Ella estaba desencajada, sus hermosos ojos estaban hundidos y sin brillo, sentía el alma vacía; tuvo el impulso de salir corriendo de lo que parecía una pesadilla de la cual no se puede despertar. Le seguía golpeando en su mente aquello de que sus sueños e ilusiones, su incondicional amor, yacía perdido en un escritorio de consulta; la banalidad de la situación la enardecía, no correspondía a nada de lo que hubiera podido esperar. A ella que le gustaba tanto leer, quiso encontrar en alguna teoría, alguna explicación que diera cuenta de lo que vivía ¿quizá el nihilismo nietzscheano, el absurdo camusiano? No, demasiado elevado para algo tan trivial, que nunca hubiera imaginado. Ahí estaba su novio, a quien no reconocía, en un ánimo que no deseaba; nunca hubiera querido que alguien a quien tanto amaba pasara por esa situación, aunque hubiese cometido una deslealtad mayor. Y comenzó a hablar – Luis querido, lamento esta situación, no quiero, por el amor que te profeso, te humilles, no corresponde, aunque seas responsable. Me cuesta mucho mantener la calma, aunque he meditado estos dos días y no hay fórmula que aplicar cuando uno hace un balance; quizá hemos vivido un 99% de cosas bellas y un 1% de algo feo; sin embargo, lo nuestro no es matemática ni lógica, ha sido una relación de amor, y si proyectamos una vida en común el punto de partida debe ser prístino desde el inicio y hay cosas Luis querido que no se hacen y si pasa, son definitivas. -Pero cielo ¿no me darás una segunda oportunidad? Piensa además que está de por medio familia y amigos, todo lo concerniente a la boda andando, las fechas del matrimonio establecidas, pasajes sacados. ¡Yoo pensar Luis, yo pensar! Si no tuviera el alma destruida reiría a mandíbula batiente. Porque ¿tú, no debes pensar? ¿No pensaste todo lo que podías echar por la borda, no pensaste todo lo que estás diciendo ahora? ¿Y quieres que yo lo piense? ¿Qué nombre le ponemos a esto que estás diciendo? He querido en honor a todo lo que hemos vivido y que representaba lo más importante de mi vida, pudieses aceptar una manera de terminar nuestra relación con hidalguía, porque de esa manera se me hará más soportable lo que me espera más adelante. Pero estás exagerando cielo, yo reconozco mi error, por favor dame una segunda oportunidad, no quiero perderte. Luis eso no fue un error, fue una infidelidad y una deslealtad, porque estábamos comprometidos para casarnos. No éramos unos pololos de inicio o producto de un albur de fin de semana. Luis, estábamos a punto de iniciar una vida juntos, teníamos proyectos y planes en común. Las consecuencias que vienen debes enfrentarlas tú con los tuyos y yo enfrentaré lo que me corresponda. ¿Es tu decisión final terminar todo Mónica? Me entristece esa actitud tuya Luis de deslindar tu entera responsabilidad y que pretendas que yo tenga que compartirla. No confundas la bondad que podamos tener los seres humanos con esa especie de sentimentalismo tan dañino que lo permite todo. Por cierto, perdono lo que has hecho, lo que me hiciste en lo personal y que gatilló el hecho de que estemos en esta conversación. Sin embargo, la única decisión digna es poner fin a nuestra relación.
Luis completamente abatido se da cuenta que es imposible revertir la decisión de quien ha sido su novia, a quien quiere y con quien estaba seguro se casaría. Todo eso se evaporó con su acción y lo lamenta de verdad; en su vanidad creyó que podía manejar la situación y Mónica le perdonaría su infidelidad que la vio como un mero desliz. Le abruma el hecho de que deberá ofrecer explicaciones a medio mundo, y sobre todo a sus padres que lo considerarán una deshonra a la familia y a su buen nombre, e inevitablemente recaerá en Mónica el resentimiento de toda su familia. Se ha producido un silencio sepulcral que ninguno de los dos se apresura a romper. Parece que ambos se envían mensajes con la mente para tratar de entender realmente qué fue lo que pasó. Ella no logra asimilar cómo una acción tan trivial significó el término de una relación que sentía tan substantiva y bella. Él no acierta a comprender como algo que considera una debilidad momentánea haya gatillado el final de todo lo que había planificado con su novia. Finalmente, Mónica dice que ya no hay más de que hablar y le entrega su anillo de compromiso y algunos pendientes que había recibido de regalo. Luis, aunque ha asumido muy a su pesar el término de su relación se impacta con la devolución de las joyas, es un verdadero bofetón a su orgullo y a su cariño.
El garzón se despide atentamente de ellos después de la rutina de cancelación. Lentamente abandonan el casino en dirección de la avenida Perú. Pareciera que un sentimiento de desazón los envuelve a ambos y permanecen en silencio todo el trayecto hasta llegar donde está estacionado el auto. Luis ofrece llevarla a su casa y Mónica declina el ofrecimiento y se despide con una frialdad que congela a Luis, quien apenas esboza una mueca de sonrisa. El rostro de Mónica refleja angustia y tristeza; observa, casi ausente, como el auto de Luis se aleja hasta que se pierde junto a la playa Casino; siente que le arde la cara y gruesas lágrimas se deslizan por sus mejillas. Nunca pensó que sentiría un vacío tan enorme en su corazón y en su alma. Camina como un autómata rumbo a 7 Norte; conoce de memoria todo el trayecto hasta su casa y va atravesando todas las calles hasta llegar a la intersección de la avenida Perú con 7 Norte. Allí continúa en dirección al Sporting Club, lo atraviesa y ya está a un tris de arribar a su casa. El camino le parece eterno, sus piernas ya no resisten, siente el peso de la tristeza y el dolor como algo verdaderamente inaguantable. La entereza que demostró en todo momento la abandona, cree que se desmayará; afortunadamente está frente a la puerta de su casa, pero no logra ni siquiera sacar su llave. Toca suavemente, abre su madre que apenas logra sujetar a su hija a punto de caerse. La sienta en el sillón y va a buscar un vaso de agua que Mónica bebe con desesperación. Se rehace estimulada por el apoyo solícito y lleno de amor de su madre. Quiere descansar y no hablar ni decir nada. Su madre la acompaña al segundo piso y se dirigen a la habitación de Mónica, allí se tiende, su madre la abriga con una manta y al poco rato se duerme profundamente. Su madre la observa con ternura y exclama -Pobre hija mía. Dios, dale consuelo y conformidad en esta hora aciaga para ella y para toda la familia.
Mónica despierta sobresaltada, le duele un poco la cabeza. Se despereza y se levanta y corre las gruesas cortinas que no permiten entrar un haz de luz a su dormitorio; al hacerlo observa una claridad de amanecer; mira su reloj y le devuelve las 06 horas y 55 minutos. Ha dormido una barbaridad y debe apresurarse para llegar a las 08 al hospital. Sale rápidamente de la ducha, ya ha decido lo que hará en las próximas dos semanas. Por salud mental y para beneficio futuro de sus niños, debe recuperarse; se irá al campo, a la casa que tienen sus padres en Quebrada Escobar, una zona rural que está en el límite de las ciudades Villa Alemana y Limache. Allí se ha propuesto rehacer y recomponer su vida; necesita meditar algunas cosas que no logra comprender; ese ejercicio espiritual lo considera imperativo, de lo contrario andará como alma en pena y eso no es bueno para sus niños.
Baja al primer piso y su madre la espera con el desayuno servido; a su padre le corresponde la semana ausente de casa o de viaje, como es su rutina laboral y esta vez le ha tocado visitar la zona norte en su calidad de subgerente de la empresa. Mónica agradece a su madre todo lo que hace por ella y la señora Cristina le sonríe con una infinita dulzura. -Para eso somos las madres hija querida- -Mamá no quiero hablar de mi rompimiento con Luis que ya habrás deducido, porque me deja mal- -Si hija, era cosa de ver cómo llegaste y de qué manera dormiste- -Deseo ir por un par de semanas a la Quebrada y descansar mucho y reflexionar tantas cosas que no logro entender- -Me parece una estupenda idea hija, yo te iré a dejar a no ser que te quieras llevar el auto- -No, no mamá, prefiero ir sola y en micro- -Pero es más de kilómetro y medio de caminata desde el Troncal a la casa hija- -Es verdad mamá, pero tú sabes que estoy acostumbrada a ese recorrido y siempre hay un vecino que se ofrece a llevar- -Es cierto también. No sé cómo estará la despensa allá hija, pero la señora Juanita seguramente tiene alguna reserva- -Hay lugares cercanos donde comprar mamá y tú sabes que como frugalmente y además hay mucha fruta y verduras. Disfrutaré además de esa agua tan fresca y de las caminatas al cerro colindante. Hablaré en el hospital y pediré permiso sin goce de sueldo, no deseo pedir licencia y me viene muy bien que sea a partir de hoy, así volveré pronto- -Hija, debieras tomarte el tiempo que sea necesario para que te recuperes bien. Yo haré los arreglos necesarios y me entenderé con los padres de Luis si lo amerita- -Así lo haré, gracias, mamá- La señora Cristina respira aliviada, su hija ha tomado una buena decisión y siente que es lo más adecuado; el campo la llenará de nuevas energías y podrá enfrentar los nuevos desafíos.
Su jornada matutina en el hospital ha sido la de costumbre; su dedicación a los niños la realiza con la misma pasión, paciencia y delicadeza acostumbradas. No hay día que no le enternezca algún detalle de sus “locos bajitos” por quienes siente un verdadero cariño. Al final de su turno toma una frugal merienda y se encamina a su trabajo en Nueva Aurora que no abandona por nada del mundo. Se dirige al lugar de aparcamiento de las ambulancias para dirigirse al consultorio. Se lleva la sorpresa de que el joven conductor no está y en su lugar se dispone a acompañarla otro señor a quien ha visto más de alguna vez. -Hola doctora- -Hola señor Cáceres- y se sorprende ella misma al preguntar ¿y qué pasó con su colega anterior? ¿Matías? Tuvo problemas familiares y pidió permiso e ignoro si volverá. Ah, espero que solucione sus problemas- Durante el trayecto conversan cosas de la vida y rápidamente llegan al lugar de destino. Mónica agradece a su ocasional acompañante y le manifiesta que ella se irá por sus medios de regreso.
Atiende a sus niños y a muchas de sus madres, y al mismo tiempo les explica que estará un par de semanas ausentes pero que igual seguirá pendiente del comedor y lo verá concretado a su regreso. Agradece a Dios haber tomado la decisión de ir al campo; ha notado lo sensible que está y no desea que sus niños la vean así, no les haría bien alguno. Se dispone a regresar a casa. Toma un micro de acercamiento que la deja en el hospital Fricke y de allí se irá caminando como suele hacerlo. Un atardecer que esplende la acompaña en su caminata, pero no logra borrar la tristeza que se refleja en su rostro. Pareciera que el peso de su dolor la hiciera caminar muy lenta y efectivamente se demora mucho más de lo acostumbrado en llegar casa. Apenas saluda a su madre quien en silencio y honda preocupación la sigue con su mirada mientras ella sube a su dormitorio. No tiene fuerzas para viajar, en su mente ya ha tomado la decisión de hacerlo al otro día. Se recuesta y no se demora nada en quedarse profundamente dormida. Su madre sube al rato y la abriga, le da un beso y oscurece la habitación.
Amanece en Viña del Mar. Mónica ha despertado muy temprano y se siente con mucha energía e inexplicablemente con mucho ánimo. Toma una reparadora ducha y se viste con ropa cómoda para emprender viaje al campo. Baja casi corriendo las escaleras para tomar su desayuno, y a pesar, que ha bajado en un horario inusual para ser fin de semana, la señora Cristina tiene todo dispuesto para que se alimente. Está con mucho apetito y se come todo cuanto su madre ha servido. Prepara su ligero equipaje y se despide de su madre que le da toda clase de recomendaciones. Ella sonríe y la besa y abraza largamente. Se dirige a la avenida Uno Norte para tomar el micro que la lleve a Quebrada Escobar. Cualquiera de los buses que vaya a Limache le servirá. Espera unos 15 minutos y ve aparecer un micro de la línea TGP de color rojo y la hace parar. Saluda al chófer quien devuelve el saludo amablemente. Toma asiento y se va observando el paisaje; siente una ansiedad creciente que morigera con la contemplación de los lugares que el micro deja atrás a mucha velocidad, pues ha abandonado Viña en dirección a Quilpué. En este lugar toma nuevos pasajeros y avanza hacia Villa Alemana, donde realiza la misma rutina, y finalmente se dirige a Limache. Mónica avisa al chófer que bajará en la Quebrada, y él responde que encantado la dejará en ese lugar y pregunta ¿la están esperando ahí señorita? Ella responde que no, con la mejor sonrisa -Gracias por su preocupación, estoy acostumbrada y siempre hay alguien que me puede llevar- -Igual tenga cuidado señorita- Lo tendré y le reitero las gracias. Baja del bus y se dispone a hacer una larga caminata. Avanza unos 200 metros y un vehículo gris tipo monovolumen familiar de 3 corridas de asientos se detiene y su conductor la saluda y ofrece llevarla. Ella devuelve el saludo y asombrada exclama ¡Señor Robledo qué sorpresa! ¡Doctora Riofrío! ¿qué hace usted por aquí? Y ambos ríen de manera estentórea por la circunstancia. Matías baja del vehículo y abre la puerta del copiloto que está vacía, no así los asientos traseros; Mónica sube complacida. No me va a creer, pero ayer pregunté por usted, porque estaba el señor Cáceres para acompañarme al consultorio. Si, tuve que solicitar permiso porque he tenido que hacer algunos trámites con mis niñas. ¿Y quiénes son estas hermosas criaturas? pregunta Mónica volviéndose hacia atrás y sonriendo a las niñas; ellas la saludan muy efusivamente. Matías sonriente las presenta: la más pequeñita es María Jesús, al lado está Ignacia y más atrás está la Fernandita. Doctora ¿hasta dónde llega? Voy a esa casa que está antes de llegar a la cancha, pasado la capilla. Ah esa enorme casa que colinda con el cerro. Si esa es. ¿Y es suya o va de visita? Es de mis padres y vengo por dos semanas. ¿Y pensaba caminar todo el tramo? No, sabía que usted pasaría por aquí. Nuevamente ríen de buenas ganas. Y usted vive aquí o viene de visita, pregunta Mónica. -Vivimos aquí, pero es una propiedad de la familia de mi madre, se la mostraremos cuando pasemos camino a su casa- -Puede dejarme allí no más señor Robledo, pero cómo se le ocurre doctora, no solamente la acercaré, la llevaré hasta su casa. Mi hermano siempre dice que hay una diferencia infinita entre acercar a un lugar y dejar en el lugar mismo y añade -es una cuestión de humanidad y finura- ¿Y qué es su hermano? Un loco y soñador. Y nuevamente ríen, pero esta vez con un dejo de enorme simpatía y tristeza en el rostro de Mónica. -Perdone que le pregunte, usted sabe que mi vida son los niños: ¿Las princesitas que van con usted, qué son suyas? -Ah, las dos angelicales del primer asiento son mis hijas y el ángel de atrás es la Fernanda y es como si fuera mi hija, su mamá es mi hermana y vivimos todos juntos. En esa casa vivimos doctora Riofrío- -Ah, también es grande esa casa y da a un cerro- -Cierto es una muy grata propiedad, sobre todo para mis niñas. Ya estamos al llegar doctora. Yo estaré en la Quebrada todo este tiempo, cualquier cosa que necesite estoy a su disposición- -Gracias, señor Robledo. Mire, como somos vecinos tendremos que encontrar una manera de tratarnos con menos formalidad- -Encantado, me parece muy bien, le insisto sí que no dude en acudir a nosotros si lo requiere- -Pierda cuidado que así lo haré. Ha sido un gusto conocerlas niñas- Mónica se despide de cada una con real entusiasmo que denota mucha afectividad. Agita su mano mientras el vehículo da la vuelta unos metros más allá.
Mónica siente una oleada de tibio calor en su pecho y sonríe por un largo rato. Percibe el aroma del campo mezclado con un soplo de aire que entra a su espíritu, y que no acierta a entender y sin embargo le ha dado una quietud y una armonía que no tenía al iniciar el viaje. En ese ánimo entra a la casa de campo.